por Hugo E. Grimaldi
El ómnibus ya estaba bastante destartalado, casi sin mantenimiento y venía demasiado ligero por la inercia del camino en declive, pero además porque todos los mecanismos para frenarlo se habían roto. Entonces, el chofer vio un escape y allí se mandó con la esperanza que la combinación entre la subida y el pedregullo redujeran la velocidad. Así y todo, el envión fue tan grande que al llegar a la cima comenzó a retroceder, pero a costa de irse de costado y de dejar heridos a sus ocupantes.
Si se quisiera emparentar la historia que vivió el plantel de Huracán en Venezuela con lo que está sucediendo con la inflación en la Argentina se verá que hay muchos elementos en común. Un pasado de deterioro irresponsable, con quienes manejaban la economía cruzados de brazos y, pese al derrape, agregándole permanentemente aditivos monetarios al combustible en nombre del consumo interno y luego, el cambio hacia una transición dedicada a corregir primero que nada las distorsiones cambiarias, con variación de paradigma incluido, que le ha puesto un innegable ímpetu adicional a los precios.
Así, la gran duda del momento pasa por saber si por la acción combinada de ambos procesos, con cada uno haciéndose cargo de su responsabilidad política y la de la praxis económica, el micro inflacionario estará en condiciones de repechar la cuesta en tiempo y forma, habida cuenta que ahora le llega de frente también el obstáculo de las paritarias. El que no siga de buena fe toda la secuencia y no entienda que, debido al desmadre previo, el vehículo ya venía lanzado estará sacando una conclusión equivocada o políticamente interesada.
Desde ya, que quien deberá soportar el grueso del examen es el presidente Mauricio Macri, es decir un nuevo chofer que está viendo si se recibe de héroe o de verdugo. El es hoy el único encargado de buscar la mejor forma para detener el bólido y de hacerlo con el menor número de víctimas posible, para luego, con mecánica integral y reparadora, ponerlo a andar con parámetros similares a los que utilizan la mayor parte de los países.
En contrario, como si no tuviese nada que ver, el ala más kirchnerizada del anterior oficialismo, hoy la oposición menos contemplativa, es la que se encarga a diario de marcar que todo lo que viene sucediendo en materia inflacionaria tiene como único origen la devaluación del peso derivada de la salida del cepo cambiario y además, las expectativas por el sablazo que llegará en materia tarifaria.
Aunque bien se cuidan de decir que el embrague y el freno se rompieron porque Axel Kicillof los tenía apretados hasta el fondo y, en consecuencia, siguen negando los fundamentos fiscales y monetarios de la inflación, para ellos, las correcciones están siendo aprovechadas, a la hora de remarcar, por los abusadores de siempre o, dicho en la conocida jerga K, por “las corporaciones que pujan para ganar poder a costa del pueblo”. Y hay que observar que hasta el propio Macri, quien seguramente cree en otra cosa, entró en ese juego quizás impulsado porque las encuestas dicen que el grueso de la población espera siempre la protección de sus gobernantes.
Más allá de la grave dificultad que impone saber que ni en mecánica, ni en medicina, ni tampoco en economía, sin un diagnóstico correcto hay una solución efectiva, lo del Presidente quizás tenga que ver también con la necesidad de demostrar que no es un neoliberal redomado. No le deben haber gustado nada los carteles que igualaban su apellido con el sustantivo “hambre”, puestos a la vera del ferrocarril cuya modernización completó este sábado junto al ex ministro Florencio Randazzo.
Puede ser que esos sentimientos, que aún no logra controlar bien, es lo que lo hace oscilar frecuentemente entre posturas acordes al mundo que él sueña que la Argentina integre y otras de cuño populista que recuerdan el pasado inmediato, el mismo que sacó al país de aquella órbita.
Pruebas al canto: el miércoles, junto al supermercadista Alfredo Coto, gran jugador también en el mercado de las carnes, cuyos valores como tan tos otros se han desbordado, Macri manifestó su “preocupación” por la suba de los precios, aunque lo que atinó a proponer como gran remedio fue comunicar que se le había pedido al sector que los “publiquen en Internet”, inclusive para que desde un celular se los “pueda chequear”.
Ni “Pimpi” Colombo, principal colaboradora de Guillermo Moreno en el área de Defensa del Consumidor y creadora de varios relatos, como la Tarjeta Supercard que nunca vio la luz, hubiese podido hablar de comparar precios por Internet como si fuese una solución mágica.
Pese a que habló descarnadamente de un tema que el gobierno anterior no tocaba, esa voluntarista intervención del Presidente no fue del todo feliz, ya que por los cholulismos de ocasión, que incluyó las familiaridades con los presentes y hasta por haber utilizado la misma metodología de mostrar logros de los privados asociados al Gobierno, resultó ser desde lo formal lo más parecido a un discurso de Cristina Fernández, claro está que sin aquellas famosas frases autoreferenciales de su antecesora, ni tampoco con las consabidas interrupciones de los aplaudidores.
Es probable que Macri también sufra otro tironeo interior, ya que como “conoce” muy bien a los empresarios, él sabe de su permanente toma y daca con el poder. Todos están felices con el cambio de rumbo de la Argentina, porque eso será más provechoso para sus negocios pero, en verdad, hasta ahora, ninguno de ellos se ha tirado a la pileta tanto como el Gobierno necesita. Una declaración más explícita de Coto sobre por qué invierte y no tanto la presencia presidencial quizás hubiese servido como un mejor ejemplo para los demás.
Un día después, ya el Presidente tenía un tono más grave cuando explicó que la inflación era un “flagelo”, reiteró que hay “preocupación” gubernamental por el incremento de los precios, a los que consideró “en niveles inaceptables” y reconoció que “el daño ya es mucho” para la sociedad. Pero, además, en medio del incremento semestral para los jubilados, que no capitalizó para él como hacía Cristina con algo que acuerda la Ley, dejó muy en claro que el Gobierno se estaba “ocupando de las cuestiones de fondo” en materia de precios.
En todos estos tironeos, también hay que marcar que el Presidente recibe palos desde otras vertientes. La ortodoxia económica, por ejemplo, que no tiene como meta principal cuidar el aspecto social, al menos en el corto plazo, ni entiende de necesidades políticas, lo acusa de modo furibundo a él y a su equipo económico de ser “demasiado gradualistas” y de no apuntar al centro del problema de una vez y para siempre a través de un “ajuste” clásico.
Esta palabra maldita es la que el Gobierno no quiere pronunciar y es la misma que el kirchnerismo y la izquierda le refriegan y en este aspecto, la respuesta surgió del ministro de Hacienda y Finanzas, Alfonso Prat-Gay, quien explicó en Tucumán que hoy “no están dadas las condiciones” para reducir rápidamente “el impuesto inflacionario”, ya que tendría un efecto más que negativo sobre el empleo y la actividad económica. “La alternativa de bajarlo rápido implicaría despidos, ajuste fiscal y ajuste social”, clarificó.
Más allá de los temas de corrupción, de la limpieza que hicieron las trituradoras en las oficinas públicas o de los desmanejos encontrados, “despilfarros” y “ñoquis” incluidos, la fecha del 1° de marzo será una muy buena ocasión para que el presidente Macri ponga sobre la mesa ante la Asamblea Legislativa también las cosas que involucran estas cuestiones vitales de la herencia económica y, a su juicio, la forma de subsanarlas.
En el paquete del área está incluida, sin dudas, la necesidad de derogar las leyes que traban el eventual arreglo que se les acaba de proponer a los holdouts y la reforma al impuesto a las Ganancias que afecta a los trabajadores. Aquí, hay un punto esencial, sobre todo por alguna apertura de paraguas del Jefe de Gabinete, Marcos Peña, quien sugirió que se estudia el tema porque la situación fiscal es “delicada” y que, por lo tanto, no puede haber “movimientos bruscos”.
Lo peor que podría ocurrir es que se modifiquen los mínimos, pero que se omita una vez más actualizar las deducciones y, sobre todo, las escalas que vienen desde 1999 cuando las impuso José Luis Machinea, ya que sería un nuevo bofetazo a los trabajadores.
Este tema, junto a alguna promesa de manejo de los fondos de las obras sociales, sobrevoló la reunión de Macri con los secretarios generales de las tres CGT, que hubiese sido tensa unos días antes cuando el ministro de Trabajo, Jorge Triacca había hablado de un “techo” para el año de 25 por ciento. Ahora, la cosa podría cerrarse con las llamadas “paritarias cortas”, es decir un piso de 18 por ciento por seis meses y luego ver si tiene razón el Gobierno o no sobre el control de la inflación, para pedir la diferencia.
Más allá de que tocan otra cuerda, no haber invitado a los dos jerarcas de la CTA ha sido una pifiada moral del Gobierno, sobre todo porque siempre explicitó que iba a adoptar el diálogo como regla. Tuvo Macri en estos dos meses largos de mandato otros reveses bien claro que luego aceptó pagar con sucesivas rectificaciones, algunas más explícitas que otras. En primer lugar, cuando designó por Decreto a dos nuevos miembros de la Corte Suprema y debió recular, hasta que la semana pasada se inició el procedimiento que marca la Constitución, tras haber hecho un estupendo bordado parlamentario con el peronismo.
Otro muy relevante se vio cuando el Gobierno dispuso un fuerte aumento de la Coparticipación de la Ciudad de Buenos Aires, que debió rever después que los gobernadores pusieran el grito en el Cielo. Esa “piolada” disparó la pelea de todos ellos por el 15 por ciento que el kirchnerismo les birló para financiar a la ANSeS.
Pese a que le calientan la oreja por izquierda y por derecha, como conductor del micro, ahora le corresponde a Macri tomar las decisiones y decir por qué eligió la estrategia que eligió para reordenar la economía y por qué decidió irse a la rampa. Con todos los derechos de piso que ha pagado hasta el momento, es probable que ya se haya dado cuenta que manejar un país no es igual a un distrito cuasimunicipal, por más grande que sea la CABA.
El ingeniero es un pragmático y sabe cambiar sobre la marcha pero, como se le angosta la senda, ahora su desafío al volante es no solo no sobrepasar el parapeto final, sino ni siquiera volcar.
DyN.